miércoles, 18 de noviembre de 2009

LA VILLA DE INIESTA Y DON ENRIQUE DE VILLENA


Miguel Romero Doctor en Historia y Director de la UNED de Cuenca


“Esto escribió don Enrique

porque el cristiano se aplique

y humilde a Dios le suplique

le libre de sus tormentos.”.

Esta estrofa escrita por el gran Quevedo podría iniciar el desarrollo de uno de los personajes más sugestivos y misteriosos que la historia ha ofrecido, tan vinculado al Señorío de Villena como injustamente despojado de él, cuyos amplios y doctos conocimientos científicos, sus excelentes cualidades literarias y su afición por la “Judiciaria y Nigromancia”, le llevaron a ser tan admirado como odiado por la sociedad de su época.

Dice la crónica que: “…este don Enrique de Villena Maestre de Calatrava fue grandísimo Letrado en ciencias de humanidad, es a saber en las Artes liberales, Astrología, Astronomía, Geometría, Aritmética y otras semejantes; y de la Judiciaria y Necromancia supo tanto, que se dicen y leen cosas maravillosas que hacia, con tanta admiración de las gentes, que juzgaron tener pacto con el Demonio. Compuso muchos libros destas ciencias, en las cuales aunque había muchas cosas de grande ingenio y artificio, útiles en la República, había otras de mal ejemplo y sospechosas de que su autor tenía dicho pacto.”

Hijo de don Pedro, Condestable de Castilla y Marqués de Villena, y de doña Juana, hija de Enrique II de Castilla, adoptó el apellido de Villena en función de ese marquesado que ostentaba su padre y con él pasó a la historia. Fue, por lo tanto, nieto bastardo del rey Enrique II por parte de madre y perteneciente a esa Casa de Aragón por vía paterna. El hecho de quedar huérfano desde muy jóven determinó que fuese su abuelo Enrique el encargado de su educación. A pesar del intento del propio monarca por iniciarlo en el camino de las armas, éste no mostró ningún interés y sí lo hizo por las matemáticas, filosofía, astrología y alquimia.

Villa de Iniesta



Sobre su nacimiento, lugar y año, cuya duda se mantiene en todas las biografías estudiadas, ha habido diferencia de criterios y contradicciones. Sin embargo y siguiendo a uno de los cronistas de la época más admirados, Pérez de Guzmán en sus “Generaciones y Semblanzas” alude al año 1384 como el de su nacimiento y aunque él mismo cita que en lugar ignorado, “ya que pudo ser en cualquiera lugar del marquesado de su padre y más concretamente, de la provincia de Cuenca”, es posible fuese en Iniesta, villa a la que estuvo más estrechamente unido hasta su muerte.

El 14 de agosto de 1385, al año siguiente de su nacimiento, en la desastrosa jornada de Aljubarrota, que consolidó el trono portugués, murió su padre, don Pedro, que encabezaba la interminable lista de nombres de los que sucumbieron en esa batalla y que le permitiría obtener el título de Marqués de Villena.

El 13 de octubre de 1399 se celebró la ceremonia de la coronación del rey de Aragón Martín I el Humano en Zaragoza y ésta es la primera ocasión en la que aparece en los Anales históricos: “…con este motivo se formó una procesión de los que se habían de armar caballeros y el último de todos iba el Marqués de Villena, a quien el rey había de dar el título de Duque de Gandía y delante de él llevaba su nieto don Alonso un chapeo muy adornado de piedras y perlas, que era la insignia de aquella dignidad que había de recibir, y detrás seguía don Enrique su nieto, que llevaba la bandera de sus armas.”

Iniesta, Cuenca

A partir de ese momento, don Enrique que había estado bajo la tutela de su abuelo, no volvería más a su lado, sino que pasó a la corte aragonesa junto a su primo y benefactor Fernando de Antequera donde recibiría su formación desde los diez a los quince años.

En 1401, se casa con María de Albornoz (para otros historiadores, María de Castilla), hija de un sobrino del propio Cardenal Gil de Albornoz, ilustre familia conquense que llegó a ocupar los más altos cargos castellanos y cuyas propiedades alcanzaban tierras de los reinos de Castilla y Aragón. Era señora de Valdeolivas, Salmerón, Alcocer y otras villas del Infantazgo. Tal es así, que el propio Enrique obtendría parte de esas propiedades, hecho que le permitió conocer a Fernando de Alarcón, Alonso Carrillo de Acuña y al enigmático Juan Fernández de Heredia, aragonés y consejero de los reyes Pedro IV y Juan II, cuyas influencias le permitirían alcanzar, tanto la mayor benevolencia real como la mayor envidia cortesana.

En la primavera de 1404, apenas cumplidos los veinte años, Villena salió de la Corte castellana para “anar e descorrer por lo mon”, probablemente descontento con el proceder del rey Enrique el Doliente sobre sus pretensiones sobre los derechos perdidos y despechado por las constantes atenciones del propio rey con su mujer María de Albornoz.

Un poco más tarde, el rey Martín I de Aragón le pide al propio Enrique de Villena que regrese a Castilla para optar a la candidatura del maestrazgo de la Orden de Calatrava, vacante desde hacía poco tiempo, a pesar de que estaba casado y tener ese título de Conde de Cangas de Tineo, en Asturias, que el propio el Doliente le había concedido, condiciones “sine quam” para poder optar a ese importante cargo de poder.

Para todo ello, el rey solicitó al de Villena la renuncia a todos aquellos obstáculos que determinaban su imposibilidad al cargo, tal es así que aceptó la nulidad de matrimonio propuesta por su propia esposa, así como al condado de Tineo y a los derechos al Marquesado de Villena.

Sin embargo, las circunstancias políticas y las intrigas nobiliarias le generaron numerosos enfrentamientos determinándole fuertes dificultades en su nombramiento como Maestre por esa gran rivalidad que encabezaba don Luis de Guzmán. A pesar de ello, don Enrique de Villena asistía en 1406 a las Cortes de Toledo como Maestre de la Orden de Calatrava no sin muchos contratiempos de los propios miembros de la Orden.

El de Villena estaría en Aragón con don Fernando hasta su muerte en 1416, cuyo pesar y dolor le provocaría la decisión de retirarse a sus posesiones a descansar, hecho que hizo en lo lugares de Torralba e Iniesta. Vuelve a Valencia para atender a sus libros “que avía de estar poco e dende entendía tomar camino para castilla e tenía ya liados mis libros”, y a fines de septiembre de ese mismo año ya se encontraba en la villa de Torralba, de los estados de doña María de Albornoz.

Por esta época eran muy frecuentes en la ciudad de Cuenca los alborotos y las asonadas entre los partidarios de Diego Hurtado de Mendoza y Lope Vázquez de Acuña, por lo que Ayuntamiento de la ciudad, en sesión celebrada el 19 de octubre de 1417, decidió recurrir a sus servicios, tal y como se decía en el acta del pleno: “El magnífico señor don Enrique, que Dios de Santo Paraíso, vino a tratar sobre la avenencia entre Diego Hurtado de Mendoza y Lope Vázquez de Acuña y gentes de una y otra parte que estaban encontradas y había debates y movimientos, teniendo la ciudad alborotada: y para ello el Concejo de Cuenca había enviado por él, que estaba en la su villa de Torralba, para que él, junto con el Concejo, pudiesen sosegar los dichos movimientos, y acordaron hacer la pesquisa de informar al Rey y se dieron varias providencias para sosiego del pueblo ya visaron sobre ello a los citados Diego y Lope.”

No hay duda, que el prestigio y poder del Marqués era tan alto como para tomar partido e influir en tales decisiones y enfrentamientos. Pero había un motivo que hacía valer todavía más su intervención en tales alborotos ya que el propio Guarda Mayor de la ciudad, D. García Álvarez de Albornoz era allegado de su propia esposa María de Albornoz y también lo era, la mujer del propio Lope Vázquez de Acuña, Teresa Carrillo de Albornoz, razón por la que el propio rey decidió pedir su intervención: “…que esté aquí en la dicha ciudad fasta tanto que estos fechos sean sosegados e cumpla de fazer las ordenanzas e unas vías e mandamientos e después pueda ir a su villa de Torralba.”

A principios de 1418 don Enrique va a la Corte de Castilla para pedir a doña Catalina de Lancaster alguna compensación por su renuncia hecha al condado de Cangas de Tineo y, a su vez, también al Marquesado de Villena, solicitado por el propio rey. Tal demanda vino precedida de la intervención del Arzobispo de Toledo don Sancho Rojas, amigo del propio Villena y ello propicio la concesión del título de Señor de Iniesta, dentro de la provincia de Cuenca.

Es, desde este momento, cuando comienza para el propio Enrique una etapa distinta dentro de su propia evolución política y lo fue, sin duda, para la propia villa de Iniesta que comenzó así a consolidar su importancia dentro del reino castellano. Tal es así, que en el verano de ese mismo año de 1418, el rey de Aragón Alfonso V, hijo de su amigo y protector Fernando de Antequera, envió a esta villa castellana, al poeta converso Pedro de Santa Fe, con una carta por la que le pedía prestadoun llibre appellat histories Trogii Ponpei para hacerlo copiar.

La estancia del gran poeta cautivó al propio Enrique, dedicado por entonces a su fuerte vocación literaria, cuya influencia fue determinante en la composición de sus escritos. Recorrió la villa, ayudó a recorrer aquellos territorios y cautivó a muchos de los vecinos allí afincados.

Como consecuencia de su enfrentamiento con don Alvaro de Luna, cañetero de nacimiento y por entonces, persona influyente en la Corte castellana, sobre todo en la persona del rey Juan II, ocasionó el distanciamiento del propio marquesado de Villena de la corona castellana y provocó que don Enrique se refugiase en el propio reino de Aragón donde permanecería hasta mediados de 1442. Cuando las aguas volvieron a su cauce, el de Villena regresó nuevamente a sus posesiones a las que tanto adoraba y quedaría desde entonces en la propia villa de Iniesta, dedicado por completo a sus prácticas científicas y ocultístas, así como a sus labores literarias. No quiso dejar de lado, la villa de Torralba y en varias ocasiones la visitaba, quedando algún tiempo. Se sabe que en septiembre de 1423 se encontraba en Torralba; en noviembre de 1424 estaba en Iniesta y de nuevo, en la primavera de 1425 volvía otra vez a Torralba.

Tiempo tuvo, sin duda, para mejorar sus posesiones y tal es así, que en Iniesta realzó su fortaleza-palacio, atendió con verdadera devoción a cada una de las iglesias que allí había, conociendo detenidamente cada familia noble que allí habitaba y cautivó su creación literaria.

Después de largo tiempo de revueltas nobiliarias y difíciles situaciones políticas, fue mejorando su propia relación con la corte de Castilla y así mismo, con su enemigo Álvaro de Luna pues se sabe que el 6 de diciembre de 1434 viajaba a Madrid en compañía del propio Condestable: “e todos los grandes cavalleros que en la corte estavan a la sazón”, para recibir a los embajadores del rey de Francia. Pocos días más tarde, el 15 de ese mismo mes y año, fallecía don Enrique en sus aposentos del monasterio de San Francisco y, tal como se dice en la Crónica del halconero.”…al tiempo que él falleció, estava en gran menester, e gotoso de los pies e de las manos. Tanto, que no podía bever con sus manos nin menearse de los pies, que sus escuderos lo cavalgaba. E vino a tanto menester, que todo quanto estado tenía descendió a tener diez cavalgaduras muy pobres.”

En los días de su fallecimiento citan las crónicas de entonces que hubo fuertes trombas de agua, de nieve y de frío azotando toda la península, hasta el punto que se llegó a desbordar el río Manzanares. Este mal tiempo y las catastrofes que le siguieron con grandes heladas durante varias semanas, fomentaron la leyenda de que en aquel momento, “…don Enrique entregaba así su alma al diablo”.

A su muerte, el rey de Castilla Juan II le hizo solemnes honras, “…por ser como era su tío, primo del rey don Enrique su padre”, y el mismo Pérez de Guzmán nos dice que está sepultado en el Monasterio de San Francisco de la villa de Madrid junto al altar mayor.

En el lugar de su enterramiento se levantó un túmulo y las gentes empezaron a querer interpretar ciertos detalles del mismo, en el sentido de que el alma del nigromante se hallaba presa allí. Quevedo se hizo eco de este asunto satirizándolo burlonamente en varias pasajes de su obra: “la ignorancia popular ha vuelto al túmulo de piedra que tiene su cuerpo en San Francisco desta corte, en redoma”, lo que no acabó hasta que en el año 1970 se procedió a la demolición del lugar, con lo que desaparecería “la redoma”, pero no así la leyenda del de Villena como mago y nigromante que sigue perdurando en la actualidad. Su enigmática aureola adquirió con el tiempo la fuerza yel misterio que otorgan a su persona los atributos, que, los de su época nunca llegaron a vislumbrar.

Hay dentro de su vida muchos datos curiosos y muchos misterios, posiblemente obligados por su condición de alquimista o nigromante de la que fue acusado en numerosas ocasiones. Entre esos puntos dudosos y oscuros está la certeza de sus herederos pues no en vano, algunos escritores como F. de Rades (Toledo, 1572), alude a la inexistencia de hijos, sin embargo, otros como el caso de Cotarelo documentó que tuvo dos hijas naturales, doña Beatriz de Aragón o de Villena y Leonor Manuel de Villena (Valencia 1430-1490), que cambiaría su nombre por el de Isabel de Villena entrando en 1445 en un convento de Valencia, según cita Porrúa.

Esta segunda hija, curiosamente, fue la primera escritora en lengua catalana, de la que hasta ahora solo se conocía un libro excepcional, el “Vita Crhisti (*), para uso de las religiosas de Pedralbes, publicado en 1497; sin embargo, un artículo reciente publicado el 11 de diciembre de 1990 (El País), atribuye un nuevo libro de esta escritora encontrado en la Biblioteca Nacional de París y que con el título de “Especulum animae” hace un interesantísimo desarrollo de la propia vida de Cristo con láminas pintadas por la propia autora.

(*) El “Vita Christi”, subraya episodios evangélicos en los que intervienen mujeres, y se trata de una réplica al “Libre de les dones” de Jaime Roig, médico del convento donde ella era abadesa. Albert Hauf es el descubridor.

Dice “la Cróncia de la Orden de Calatrava”:

“Este don Enrique de Villena, Maestre de Calatrava, fue grandísismo Letrado en ciencias de humanidad, es a saber en las Artes liberales, Astrología, Astronomía, Geometría, Aritmética y otras semejantes: y de la Judiciaria y Necromancia supo tanto, que se dizen y leen cosas maravillosas que hazia, con tanta admiración de las gentes, que juzgaron tener pacto con el Demonio. Compuso muchos libros destas Ciencias, en las quales aun que avia muchas cosas de grande ingenio y artificio, utiles a la República, avia otras de mal ejemplo y sospechosas de que su autor tenía el dicho pacto. Por esto muchos Letrados de ciencia y consciencia suplicaron al Rey don Iuan los mandase quemar. El Rey cometido la vista de ellos a don Lope de Barrientos obispo de Segovia; y el pudiendo quitar lo malo y dexar lo bueno, dio parecer que devian ser todos quemados. El Rey con este parecer y con lo que otros Letrados le avian dicho, mando que los libros fuesen quemados públicamente; y así todos los que pudieron ser vagidos fueron quemados públicamente, en la noble villa de Madrid, estando en ella la Corte del Rey don Iuan.”

Juan de Mena así escribió:

Aquel claro padre; aquel dulce fuente,

Aquel que en el Castalo monte resuena.

Es don Enrique señor de Villena,

Honra de España y del siglo presente.

O inclito sabio, autor muy siente,

Obra y avun otra vegada yo lloro,

Por que en Castilla perdio tal thesoro,

No conocido delante la gente.

BIBLIOGRAFÍA

A. GONZÁLEZ PALENCIA.: “Biblioteca Conquense”. Memorias Históricas de Cuenca CSIC, 1953.

ENRIQUE DE VILLENA: “Tratado de la Consolación”. Espasa Calpe. Madrid, 1976.

Espasa Calpe.: “Don Enrique de Villena”. Madrid, 1976.

F. DE RADES Y ANDRADA.: “Crónica de las tres Ordenes de Caballerías, de Santiago, Calatrava y Alcántara.” Toledo, 1572. Barcelona, 1980.

JUAN GARCÍA FONT.: “Historia de la alquimia en España”. Madrid, 1976.

JUAN G. ATIENZA.: “Guía de la España Griálica”. Barcelona, 1988.

J. DE ZURITA.: “Anales de la Corona de Aragón”. Tomo II. Madrid, 1976.

Mª LUISA LEDESMA RUBIO GUARA.: “Templarios y Hospitalarios en el Reino de Aragón”. Zaragoza, 1982.

MUÑOZ Y SOLIVA.: “Episcopologio Conquense”. Cuenca, 1860.

RODRIGO DE LUZ LAMARCA.: “El Marquesado de Villena o el mito de los Manuel”. Cuenca, 1998.

TORRES ALCALÁ PARRÚA.: Don Enrique de Villena. Madrid, 1983.

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